DECÁLOGO ESPIRITUAL DEL NAZARENO
EVANGELIZAR LA ESTACIÓN DE PENITENCIA
1. El
buen nazareno, al vestirse y salir en la cofradía, debe “revestirse”
de Jesucristo y tener los mismos sentimientos de
Cristo-Jesús. “Revestirse” de
entrañas de misericordia, bondad, benignidad, humildad, mansedumbre,
longanimidad… y sobre todo de la caridad, que es el vínculo de la perfección.
2. El buen nazareno acude
a su templo, puntual y anónimamente, por el camino más corto, en silencio
exterior e interior y con el antifaz echado. Durante la
Estación, medita la Pasión del Señor, reza el Santo Rosario, se mortifica y
calla con paciencia, tras la Cruz de guía, llevando amorosamente su propia
cruz. Hace el propósito firme de conversión. Entrada la Cofradía, regresa a
casa agradecido a Dios y cumpliendo las mismas condiciones que a la ida.
3. El buen nazareno estima
y venera su “túnica sagrada”,
bendecida, que significa y le recuerda la “vestidura de la
gracia”, la túnica de Cristo, que no debe manchar
por el pecado. Será su mortaja el día de su Buena Muerte.
4. El buen nazareno hace
la Estación de Penitencia, no farisaicamente, sino en Espíritu y en Verdad, en “gracia
de Dios” o con el propósito de confesarse lo antes
posible. Experimenta la Misericordia divina,
por el perdón de sus pecados. Se alimenta eucarísticamente con el Cuerpo de Cristo
y se purifica con su sangre. EUCARISTIZA su Estación de Penitencia. La
Penitencia, sin conversión y Eucaristía, carece de sentido.
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5. El buen nazareno,
servidor de Dios y de sus hermanos, rememora la Pasión del Señor y se hace
Corredentor con Cristo. Vive intensamente el “todo
redimido tiene que ser redentor con Cristo”.
6. El buen nazareno es
sensible a las necesidades espirituales y materiales de sus hermanos, los
Cristos vivos, tanto de los próximos, como de los lejanos.
Los ayuda, socorre y comparte con ellos sus bienes.
7. El buen nazareno mantiene
la unidad entre fe y vida; una completa coherencia entre su
fe cristiana y su vida personal, familiar, profesional y social.
Dice no a la Estación de Penitencia por un lado y el noviazgo, matrimonio,
política, trabajo y diversiones, por otro. Evangeliza el
ambiente en que vive y anuncia a Cristo con su palabra y, sobre todo, con su
testimonio.
8.
El buen nazareno debe ser nazareno
y apóstol de Cristo, todo el año. No apaga el
cirio de su fe cristiana cuando entra la cofradía, lo mantiene encendido en
todas las circunstancias de su vida. Da testimonio y ejerce su compromiso
cristiano, contramarea. Rema mar adentro.
9. El buen nazareno cae
en la cuenta de que, más que acompañar a María, es Ella
la que nos acompaña y “hace” con nosotros la Estación de Penitencia.
Nos consuela, socorre y ampara en nuestras amarguras, angustias, dolores,
lágrimas y tristezas. María debe constituir
la Esperanza de la nueva Evangelización y entrar de lleno en la vida del cofrade.
10. El buen nazareno
vive la Estación de Penitencia como glorificación de Cristo al Padre, en clave
Pascual. Simultanea su dolor penitencial con la Esperanza,
gozo anticipado de la Pascua. La
Estación de Penitencia no es el final, sino el peregrinaje necesario para
alcanzar nuestra Resurrección con Cristo, que
el nazareno vive y explicita anticipadamente.